Todas Íbamos a Ser Reinas
Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.
Y esperamos ser grandes. Tener cintura, comer bien, ir en familia a ver la película de Los Simpsons y no tener que llamar a mi papá de urgencia a las 12 de la noche para que me conteste su novia que me odia.
La noche está fría y me inmoviliza las manos. Se me congelan los pies que acabo de meter al agua, pienso que probablemente mañana despierte con la peor pulmonía de mi vida. Mi mamá con los ojos hinchados me ordena que me cambie de ropa. Le respondo y pienso que hace muchos años que le perdí respeto. No del todo. Pero si algo. No le hago caso y me vengo a escribir.
La noche está fría y de lejos suenan solamente dos sirenas de ambulancia que no vienen a mi casa.
La Liga es el mejor programa chileno que se ha hecho en mucho tiempo. Rafael Cabada me recuerda a alguien. Mi mamá evita hablar de él. Y así, con mucho frío, yo lo miraba detenidamente mientras pensaba que si algún día me lo encontrara en la calle me acercaría a hablarle, le regalaría un cigarro y tal vez él sabría quien soy yo.
Quien sabe.
Mi programa se ve detenido por un ruido que ya he escuchado otras veces. Mis dos perras pelean afuera de mi casa como de costumbre. Espero un rato y mi mamá sale. No sé si han visto las noticias, pero últimamente pasan cosas terribles.
Hace algunos miles de años, mi hermano Claudio me despertó una noche para avisarme que mi perro se había muerto. Lo habían sacrificado porque ya no se podía hacer nada. Escuché a mi papá llorando en el living. Mi papá rudo que no me hacía cariño. Mi papá rudo que llamé hoy día y que yo pensaba que no tenía sentimientos. Y mi hermano Claudio, que medía 1,73, tenía los dientes hermosos y tres tatuajes, me hizo cariño hasta que yo dejé de llorar.
Llorar a los 8.
Nosotros dos éramos amigos. Lo escuchaba cuando llegaba borracho y me contaba sus cosas, de sus amigos también borrachos con los que se quedaba botado debajo del tren, Fonola, el Negro Morales, Luismi, Cabada, Pato Pino. Y un día viernes en la noche, cuando yo apenas alcanzaba la manilla de la puerta de mi cocina, vimos en el canal 9 Misterios Sin Resolver, donde mostraban un caso de una mujer que tenía epilepsia y vivía sola. Un día le había dado un ataque y el perro había salido a la calle a pedir ayuda. La gente había llegado a la casa y ella se había salvado. Y salía en la foto junto a su perro. Su perro limpio y de raza que parecía un ángel. Su perro era hombre y se llamaba Harley. Nosotros dos quedamos extasiados. Al otro día, mis papás, antes de odiarse, fueron a la feria como lo hacían todos los días sábados en la mañana, pero ese día un perro los siguió. Mi papá lo entró y el perro nunca más se fue. Era un perro miserable de la calle, con los dientes amarillos, un aliento demoníaco, las costillas salidas y un pelo rubio como recién teñido con agua oxigenada y rulos como los míos. Lo amamos instantáneamente. Y así, sin preguntarle a nadie, aunque no tuviera la clase ni el sexo del perro gringo de la tele, llamamos a este perro Harley. Y al perro le gustó su nombre. Y nunca más se fue.
Cierro la ventana.
Me cambio de ropa.
Hace un frío de puta madre.
Mi mamá tenía razón.
En esta casa viven puras mujeres. El único hombre trabaja todo el día y la histeria abunda cuando las situaciones cambian. Cuando pasa algo que nos da susto, cuando no podemos hacer nada.
Hace algunos años fui a veranear a Las Cruces. Un día mientras me estaba bañando (claramente en la orilla), alguien comenzó a ahogarse. La persona estaba muy lejos y todos en la playa gritaban. El tiempo pasaba y nadie podía rescatarlo. La familia lloraba y yo sólo podía mirar. Yo no podía hacer nada. Di gracias a Dios por haberme estado bañando en la orilla. Soy una cobarde. Al final el hombre, después de estar casi 15 minutos al borde de morir, fue heroicamente rescatado por el caballero que vendía pan de huevo. Y yo estuve enamorada de él todo el verano.
Sin zapatos, con el pelo alisado, pantys de lana azules, mis pantalones nuevos, mi polerón negro y una taquicardia constante en el pecho. Salí a mi patio casi a las 11:20 de la noche para ver qué pasaba. Mi mamá gritaba afuera en el patio de atrás como una loca, mientras mi perra la Guaraira tiene a Harley agarrada del cuello mientras se mueve para todos lados e impide que ella salga corriendo. Mi mamá agarra fierros, palos y absolutamente todo lo que se le cruza en el camino para tirárselo. Pero mi perra no la suelta. Mi mamá se desespera mientras una ladra y la otra aulla. Tomo la manguera para mojarla, mojo todo el patio y me mojo los pies que ahora tengo congelados. Pasan 20 minutos y no sé que hacer. Logramos meter a Harley debajo del carro que nos robamos del Lider pero no sé cómo el otro perro la vuelve a agarrar. Ese perro, mi perro me mordería a mi si meto la mano. Destrozaría a Chiquitinga si estuviera ahí. Se pasan al patio de adelante, llamo a la Claudia para que nos ayude. Me siento así, como que no puedo hacer nada. Le tiramos agua hirviendo pero nada pasa. Las tres lloramos y Chiquitinga despierta y llora también. Todo ese ruido en mi casa tan chica. La tiene del cuello. De repente mientras estamos afuera, el perro con rabia la mueve más rápido y un hueso se quiebra. Lo escucho, el perro ya no se mueve. El otro perro lo sigue mordiendo. A Harley, el perro que es incapaz de salvar a alguien que tuviera epilepsia. Entro a la casa, no sé que hacer. Mi mamá con Chiquitinga en la pieza. Llamo a mi papá pero no contesta. No contesta. Lo puteo. Insisto, me contesta ella, su novia que me odia. Le pregunto por mi papá y me pregunta qué me pasa con ese tono de voz que yo también detesto. Pásame a mi papá porque es más mío que tuyo. Mi papá se asusta, me pongo a llorar como una imbécil estúpida pero nunca idiota, le digo que no sé que hacer. Me dice que hay que matar a Guaraira y que pobre Harley. No llore Carlita. Lo que hay que hacer es no tener más perros. Entra la Claudia llorando también. Dice que Harley ya se murió. Yo lloro como cuando uno es pendeja y no puede calmarse. Yo tan ruda, tan mal genio, llorando por un perro flaco y de mal aliento. Mi patio está chorreado de sangre como cuando degollan a los corderos, y mi otro perro sigue mordiendo con todo su odio el cadáver de ella que me recuerda a él.
A todos los hombres de esta casa que se fueron de aquí.
Necesito hablar con alguién.
No con cualquiera.
Con alguien que me quiera.
Mi mamá dice que va a matar al perro con rabia. Que no llore por él porque es un perro malo.
Tantas cosas son malas.
Yo lloro por la wea que me de la gana.
Mi mamá jura que no vamos a tener más perros.
Le digo que después van a robar la casa y nos van a violar a todas.
Ando negativa, no sé que me pasa.
No quiero matar al perro, me arrepiento.
Mi mamá ya le dio un pollo con no sé que chucha.
Y yo, que pensaba que estas cosas sólo sucedían en las películas mexicanas.
Esta noche le grité a todo el mundo y no pude terminar de ver La Liga.
Mañana ya no voy a tener más perros.
Sólo gatos.
Y yo odio a los gatos.