Thursday, February 09, 2006

Que Locas Son Las Cosas Que Al Alma Se Le Antoja Conservar.

DREAM OF THE RETURN

Te apuesto a que no te acuerdas de esto:

“Y está todo tranquilo como si hubiese un desastre mundial, como si estuviese viendo una ciudad intraterrena pero con nadie, no veo a nadie y estoy yo y la persona que viene en camino a rescatarme, rápido antes de que sea demasiado tarde y no estoy muy segura de cómo saldrá hoy día todo pero por lo menos hoy mi vida no tiene sentido, soy como una hoja en blanco, soy como el tiempo o como el clima y veo una camanchaca pero no sé si es un espejismo producto de mi ventana, yo creo que no.”

COMO CUANDO ME DUERMO Y TU TODAVÍA DESPIERTA, ES QUE NUESTRO AMOR NO PUEDE SER MÁS IMPERFECTO, COMO CUANDO TU NO LLEGASTE Y YO TAMPOCO, COMO CUANDO SONÓ LA ALARMA, TE PASÉ MI CELULAR Y TE PREGUNTÉ QUIEN ERA, ASÍ DE IMPERFECTO, COMO CUANDO ME ENAMORO Y ME EMPIEZO A DECLARAR A TI CON ESE GRITO MELÓDICO QUE SIEMPRE ALGUIEN INTERRUMPE, ASÍ DE IMPERFECTO Y TE VEO SALIR POR LA VENTANA Y SUEÑO QUE TE VAYA BIEN

Las sábanas pesan y los días no pasan. Me confundo entonces entre este febrero y otro ya pasado. Rara, como encendida te hallé bebiendo linda y fatal. Bebías, y en el fragor del champagne, lo querrías por no llorar. Pena me dio encontrarte, pues al mirarte yo vi brillar tus ojos con un eléctrico ardor, tus bellos ojos que tanto adoré. Me bajo de la 355 entonces con “Los Mareados” de fondo un miércoles 2 de noviembre para que me enseñes a lo del tango. Subo hasta donde debo y escucho una pelea sangrienta que se siente hasta en el primer piso. No sé si tocar el timbre. Entro directo a su pieza. En la tele dan Informe Especial. En la habitación de al lado, una madre que poco a poco se desnuda sin encontrar la manera exacta de explicar sin acuchillar y que es incapaz de limpiar la sangre pegada en las paredes. Vuelves y fumas y lloras con tus ojitos cafés, con tu dentadura perfecta, con el alma hecha trizas, con la complicidad que nos caracteriza. Se rompe el silencio con tu madre que abre la puerta de manera estruendosa y emite un grito que parece suyo pero que no es su grito. Confundo su voz con la mía que llora y solloza frente a algo parecido a un caracol, casi al llegar a Estación Central. Espera, no te vayas, perdóname, no es mi intención hacer ese teatro indiscutido que a veces no logro controlar, espera, ni siquiera sabes donde es, ya pues quédate, no me botes, miremos mejor las manos estrellas que están frente a la estación desde donde salen los trenes prisioneros que se van al sur y les dan una mano a todos esos que no quieren volver. Tomemos un tren. Vamos al McDonald a pedir el baño, y cuando vayamos pasando por el frente del actor que finge ser estatua y está todo de blanco, nos detenemos y al mirarnos, todos deciden irse en tren y nos dejan a Santiago (al pobre Santiago sin el pobre Miguel) enmudecido para que yo te rompa el corazón y te diga que no, que no me voy contigo… ¿Quién fue el imbécil que nos dijo que un heladero podría ayudarnos? El heladero vende helados y yo digo: y tú de qué quieres hoy?. Un chirimoya triste. No, mejor un chirimoya alegre. Apúrate que vamos a llegar tarde. Corremos por Eleodoro Yañez esperando que Miguel Claro llegue pronto. 45 minutos de atraso y tu helado derretido que se cae a pedazos a mitad de camino. Ya, que no te de pena, yo te regalo el mío que es de piña. ¿Te gusta la piña?. Yo sé que si, también sé que lo que más te gusta son los viajes en micro, sobre todo en las noches cuando todos van borrachos y alegres. Así aparte nos bajamos lejos de donde vamos y podremos caminar. Conversaremos en inglés o español, bailaremos tecno o pasaremos a comer comida china con algún cheque de restorant. No llores ahora que es de noche, yo te persigo, te atrapo, consuelo tu llanto bajo un poste de luz, te acompaño hasta donde está esa china que come sandía y camino contigo hasta llegar al monasterio poseído y esperamos que llegue Emily Rose para que venga a tomar Limón Soda aquí, y así espante a todos los cadáveres que nos quieren separar. ¿Y quien era? Tu alarma, imbécil. Hagámonos unas carnes o mejor unos panes con queso, lechuga y tomate para comerlos en la micro en plena mañana. Espera… y cómo sé que eres tú?. El Ponny va caminando. Elige un número del 1 al 10. Y es colorado. Recita Vincent. Hagamos la obra. Ok, la obra se trata de un hombre que va al sicólogo porque está perdidamente enamorado de una oveja. Bajo la luna el tigre de oro y sombra mira sus garras. ¿Cariño? ¿Y si mejor enchufo la segunda guerra mundial? Eres más mula, nunca te leíste mi libro. Odio como tomas el tenedor.

Que inútil esta cosa de olvidar.
Te ví en un sueño otra vez ayer.
Debo confesar, sólo cantando te pude hablar.
Good morning honey, here we go again…

Despierto sobresaltada y confundida como cuando me despertabas besándome en medio de las eternas siestas de invierno. Carlita. Carlita. Tengo miedo, tuve una pesadilla. Mi mamá le echaba miel a la última cena. Si esta mierda no es la última cena, entonces no sé que podrá ser. Yo me voy de aquí, ándate conmigo antes de que Judas nos delate. Tal vez cuando el ojo brille entienda…

Grité a los cielos todo mi rencor.
El mar golpeó en mis venas y libró mi corazón.

Despierto sobresaltada y confundida como cuando me despertabas besándome en medio de las eternas siestas de invierno. Es mi pieza en medio de un verano asqueroso. Son las 2:55 de la mañana y no hay rastros tuyos en ningún rincón, ni siquiera en esa esquina que es tan tuya. Me siento en la cama y suena una música que me huele a ti. Nubes negras. Llueve otra vez y acá adentro los dos. Tu voz me despierta, dulce de sueños, pereza y amor. 1:48. No estás. Se han ido tus vinilos, tus dibujos, tus sonidos, tus llamadas borrachas de madrugadas felices. Gasta plata en mi, gasta plata en mi. En la puerta estoy parada yo, desvanecida y patética recién llegando de tu lado. Lloro con ese llanto que no te mereces, con ese llanto asqueroso que odio. Porque olvidarte es también tan asqueroso. Después de todo te desvaneces día a día, tus fotos se despegan lentamente de mi pared que te extraña a ratos. Ya sé que no hay encuentro entre los dos. Mi casa es inmensa y por más bien que me esconda siempre me encuentras. Disfrazo mis interminables días bajo un manto estúpido y mal hecho de cotidianeidad, me mezclo entre medio de las conversaciones y acepto a todo aquel que quiera sustituirte y que por más que lo intente fracasa por completo. Busco el consuelo en los diez vasos de olvido que me bebo cada día, me aferro en la amargura del odio compartido que te tengo porque ya no tengo a qué aferrarme mientras se pueda. Maldigo tus manos, tu voz, tus palabras. No me viste, no me ves. Te niegas a quererme. Te atreves a negarme, a dejar de pensar en las pérdidas catastróficas de estos putos días que yo borraría del calendario. Me arranco con la mano las entrañas que te piden a gritos y no me dejan escuchar algo que no sea tu nombre. Mi mente te borró de todo futuro, es mi memoria la que me traiciona, la que me despierta a deshoras y no me deja tranquila con la perfecta quietud de tu número telefónico. Me levanto entonces y me alejo de esta vida que más que vida se asemeja al purgatorio. Maldigo a Dios y lo convenzo de que no existe. Él me cree y mira hacia otro lado. Mira al alumno recién graduado, a la Esperanza que está en un vientre, a la pareja feliz, a la futura profesora de educación física obsesionada que lo tiene todo. Dios me olvida por un segundo, como tantas otras veces. Yo aprovecho su descuido y me escabullo hasta mi living que huele a cigarrillos y a palo santo. Saco de mi vientre mi cordón umbilical y procedo a colgarme desde el techo blanco y monótono que me despide de este pedazo de purgatorio que se disfrazó de mundo. La respiración se acaba y me llena los ojos de una cristalina galería de recuerdos. Mis manos te buscan mientras mi cuello se quiebra y ese calor de la puta madre que emanaba de mis poros corre hacia tu cama para interrumpir así tu sueño intranquilo lleno de suicidios y tragedias. Yo mientras tanto me arrastro por los túneles luminosos que se queman. Subo sus escaleras hasta llegar a la punta que me espera. Al llegar miro por sus vidrios, y al mismo tiempo que una oleada de olor a fruta verde me invade, te reconozco a ti entre las sábanas, esas que guardan ahora el calor de la puta madre, ese que emano. Y al descubrir que no puedo entrar, que no me ves y que tampoco puedo salir, me resigno a la infinidad de mi castigo y a este pedazo de infierno disfrazado de pieza.

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